Director: Fernando Mieles
Año: 2010
Género: Drama
Por: Milenko Martinich
¿Quiénes somos los ecuatorianos? ¿Qué rasgos particulares definen nuestra esencia? ¿Es acaso la heterogeneidad nuestra característica primordial? ¿Qué sucedería si estuviésemos obligados a enfrentarnos con nosotros mismos? Más que darnos las respuestas, “Prometo deportado”, la esperada película del realizador guayaquileño Fernando Mieles, nos confronta con estas preguntas inquietantes.
La cinta, estrenada recientemente en las salas del país, es un lienzo multiforme atiborrado de trazos distintivos de lo nacional, en el cual el autor ha plasmado con humor y sorna la fisionomía de nuestra cultura. El cineasta porteño, también guionista de la obra, utiliza en su representación casi la totalidad de los íconos constituyentes de la ecuatorianidad. El Himno Nacional; un partido de índor; estatuas de santos y el Divino Niño; el mote, el cuy y el cangrejo; e incluso una fiesta criolla con banda incluida son solo algunos de los elementos de nuestro imaginario que pueblan el largometraje de casi dos horas de duración.
La cinta, estrenada recientemente en las salas del país, es un lienzo multiforme atiborrado de trazos distintivos de lo nacional, en el cual el autor ha plasmado con humor y sorna la fisionomía de nuestra cultura. El cineasta porteño, también guionista de la obra, utiliza en su representación casi la totalidad de los íconos constituyentes de la ecuatorianidad. El Himno Nacional; un partido de índor; estatuas de santos y el Divino Niño; el mote, el cuy y el cangrejo; e incluso una fiesta criolla con banda incluida son solo algunos de los elementos de nuestro imaginario que pueblan el largometraje de casi dos horas de duración.
A pesar de su manifiesta inclinación positivista en lo descriptivo, “Prometeo deportado” posee marcados atributos kafkianos, varios pasajes oníricos y una poética bien concebida y mejor plasmada que llega a conmover al espectador. Resulta una cinta tan sorprendente que evoca reminiscencias del universo buñueliano, una comparación tan arriesgada como merecida.
Probablemente a la película le sobren un par de escenas, máxime una en el tercer acto en que los dos protagonistas explicitan lo que muy bien se había comunicado hasta ese punto de manera implícita. Sin embargo, la obra, cabalmente, es casi irreprochable.
¿Cómo no emocionarse con el realismo mágico que impregna su desenlace, en el cual un baúl simboliza el retorno a la esencia? Un final de un lirismo y un aliento deliciosos, parte ya de la aún pequeña pero prometedora antología del Cine Nacional.
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