jueves, 11 de agosto de 2011

"El Padre": Primer borrador

Corrió con las pocas prendas que alcanzó a sacar del cordel, estaba llegando el nuevo inquilino, usualmente borracho, y no se lo quería encontrar.
Fue torpe y dejó caer un pequeño interior de su hija en el camino, pero logró entrar casi en perfecto silencio.

Ramón “Travolta”, el vecino, había notado la obvia huída de Rosario y le pareció graciosamente conveniente encontrar el calzoncito en el angosto corredor que conectaba las viviendas.
Tocó la puerta sólo dos veces.

Rosario sintió escalofríos, se había guardado en el cuarto con Francesca hasta sentirse segura. Francesca dormía y ella temblaba.

Se armó de valor y se dirigió a la puerta tan sutilmente que nunca nadie la hubiera notado. Acercó su oído a la madera completamente hueca y apolillada y recibió el tercer golpe.
El sudor que cayó por su cuello lo dijo todo. Ella juraría que su corazón dejó de latir por unos momentos.
Tomó un respiro y abrió.

El rostro de Ramón brillaba demasiado, era tan alto que casi tocaba el techo con su cabeza, pensó que seguro el calor de los focos lo habían puesto así de rojo.

Se miraron sin hablar por 15 segundos, ella tenía que alzar la cabeza completamente para poder alcanzar sus ojos, él miraba directo a su pecho.
Ese pecho que evidenciaba el latir en las venas que lo recorren y éstos mostraban terror.

De las manos en la espalda Ramón saca el calzoncito, se lo muestra con una sonrisa y se lo entrega. Rosario lo toma y cierra la puerta.
Camina hacia el cuarto de Fran y junta la puerta disimulando el ahogo. A sus dieciocho años se sentía más niña e indefensa que nunca.


La pobreza de la casa era evidente: el cemento visto, las ollas deformadas, y el olor a polvo no se irían nunca; tener una hija a los trece años no asegura un próspero futuro a nadie.

A los once murió su madre, Rosario, por los incontables golpes de su padre José. Dos años después ella tuvo que huir luego de ser violada en su propia cama por un amigo de él.
No tuvo opción, él pues decidió convertirla en saco de golpes al enterarse que estaba embarazada. Ella nunca dijo de quien.

Durmió entre dos contenedores de basura por algunos meses hasta que vinieron los dolores de parto. Luego tuvo la suerte conseguir un trabajo de empleada doméstica donde Francesca se crió hasta los 3 años.

En ese momento parecía que nada podía ir mejor: se ganó la lotería, equivalente al sueldo que hubiera recibido en 2 años y decidió renunciar. Además Fran estaba ganando dinero en pequeños concursos de baile, un talento que seguro no había heredado de ella.


A la mañana siguiente, volviendo de dejar a Fran en la escuela se vuelven a encontrar en la reja de la entrada. Ramón, tratando de portarse como un caballero, le sostuvo la reja hasta que ella entrara y buscó hacer contacto visual, pero Rosario se esfumó en segundos sin siquiera agradecer.

A Ramón no le importaba realmente, deseo era lo único que ella producía en él. Rosario, en cambio, ella sentía que lo amaba; quizá los treinta años de diferencia que se llevaban, era un atractivo para los dos, canalizado de distintas maneras.

Pasaron seis días sin encontrarse, los horarios de Ramón eran muy diferentes a los de Rosario, los rumores eran que se pasaba en bares y discotecas, y que de ahí salía el apodo.

El lunes siguiente, mientras esperaba a Francesca, en la esquina donde para el bus, alcanzó a ver que se acercaba José, su padre. Se paró del banquito donde estaba sentada y esperó a tenerlo de frente. Quería decirle muchas cosas, sentía ganas de golpearlo. En 5 años no lo había visto y tenía preparado el discurso perfecto del sufrimiento que le hizo vivir.

José la mira y sus hombros se tensan, Rosario, en cambio, se compadece al mirar el dolor en sus ojos y no dice nada. Él se sienta en el banco y la invita a sentarse. Se quedaron callados por un momento y luego empezaron a conversar. Hablaron de muchísimas cosas mientras esperaban a Francesa. Se sintió una eternidad.

Rosario presentó a nieta y abuelo; todo parecía estar perfectamente bien. Cuando era hora de volver a la casa, Rosario le pregunta a su padre la razón de su visita y él admite que no venía a verla a ella, que todo fue una coincidencia, que estaba en camino a visitar a su amigo Ramón.

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