viernes, 4 de febrero de 2011

En una gota cabe el universo.

Me dirijo este momento a olvidarme de todo: a gritar porque me lo han permitido, a llorar si quiero, a amar, a odiar, a verme sufrir. Ya no eres la misma, ya no te ves igual, a tus muslos no los conozco ni a tus manos ni a tus pies. Los bellos de tu estómago no se me hacen familiares, tampoco tu pelo ni los huesos que enmarcan tu cadera. Tu olor también es nuevo, me encanta, está bien.
¿Quién eres cuando estás conmigo? Tan difícil de comprender: pierdes la tarjeta de salida, me convences de que no la tienes y luego te rehúsas a perdonar tu error. "Se veía venir", dijo ella otra vez. Es la misma que me advirtió antes. Lo sabías, ¿de qué te preocupas? Debiste prepararte para esto. ¿Pero cómo hacerlo? Es tan sencillo como tomar la decisión de pararse de la cama.
Fueron tres minutos que cambiaron la historia del mundo (sí, esa frase me la inventé). Mírame un segundo sin pensar en lo quieres responderme, no me respondas, no seas estúpida, no seas el ser humano más estúpido que existe actualmente en el planeta Tierra.
Debo correr, lo siento, hermano, no he calculado bien los tiempos últimamente; Dios no me dotó de esa cualidad tanto como de otras. Gracias.

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